
Íbamos a toda prisa por un camino rural del valle central de California, agosto 2008. Éramos una veintena de asesores lecheros de CREA (foto portada), tres camionetas alquiladas (Vans de Toyota, una blanca manejada por Marcelo Catalá y dos vans grises piloteadas por Fernando Bargo y Marcos Snyder…figuramos con los nombres completos en esta nota porque fuimos los únicos que no podíamos beber cerveza en las paradas) y una agenda milimétrica: salir de la Universidad de Davis y llegar puntuales al Charles Ahlem Ranch en Hilmar District. Adelante, en la camioneta 1, Marcelo Catalá (DeLaval) marcaba el ritmo, le seguía cerquita la van 2 con Fernando Bargo al volante y cerrando la caravana la van 3 con Marcos cuidando no perderlos de vista pues desconocíamos el camino.
A la izquierda del camino, una nube de polvo y una escena que nos atravesó: una señora, manos en la cintura, miraba su camioneta azul enterrada hasta los ejes en la banquina arenosa. Estaba desesperada: llegaba tarde a una entrevista de trabajo. Dudamos y discutíamos si parar o no, pero la presión por no perdernos el rumbo ganó por segundos… hasta que vimos que, trescientos metros más adelante, se encendían las luces de freno de la camioneta blanca de Marcelo, seguido de un abrupto giro en U y una decisión de rescate tomada. Detrás, felices, las camionetas 2 y 3 imitamos la maniobra. Todo fue muy rápido…un operativo comando. En un instante la mujer quedó rodeada por 23 desconocidos que hablaban otro idioma y pareciendo amistosos, tomaban posesión de su vehículo. Un par de compañeros que hablaban inglés la tranquilizaron, mientras Juan Guerrico se tiró al suelo a cavar y otros, siguiendo su ejemplo, empezaron a desalojar arena de las ruedas. Alguien se sentó al volante, encendió el motor y, a la cuenta de tres, empujamos entre gritos y risas. La camioneta saltó del cepo arenoso y volvió al asfalto.


La mujer se quedó plantada junto al asfalto, mientras un bus escolar amarillo alejándose levantaba una polvareda que luego caía lenta opacando la escena. Ella movía los labios, queriendo decir algo, pero no le salía ninguna palabra y no entendía lo que habíamos dicho ni de dónde habíamos salido. Uno de los muchachos que hablaba inglés se acercó despacio, sonrió y le susurró marcando cada sílaba: “All yours, good luck!” Ella asintió varias veces, con la mano sobre el pecho. Intentó balbucear un “thank you…” en español, pero lo mezcló todo y se rio entre lágrimas. Alguien le levantó el pulgar; otro hizo el gesto de reloj como diciendo “¡a la entrevista!”. Entonces la señora subió a la camioneta azul, puso primera y, todavía temblorosa, avanzó unos metros, frenó para saludarnos con el brazo en alto y se fue. Sus oraciones habían sido contestadas.

Por unos minutos fuimos como ángeles misteriosos. Nos miramos, todavía con la adrenalina en el cuerpo. “Vamos, vamos, vamooossss” gritaba Marcelo. Pero, así como aparecimos de la nada, nos subimos de nuevo a los vehículos, dimos otro giro en U y retomamos la carrera hacia el tambo donde nos esperaban. Tres U-turns sincronizados, motores aullando, y otra vez la caravana rumbo al tambo.
Perdimos unos minutos; ella recuperó su día y tal vez su proyecto. Y nosotros, además de llegar a tiempo, nos trajimos una historia que todavía hoy nos hace sonreír. Sería bueno conocer la historia que habrá contado la señora beneficiada con nuestra ayuda…algún día quizás.

